sábado, 8 de mayo de 2010


Al fin sentía que podía. Sentía que lo había conseguido. Desde pequeñita me quedaba atónita mirando los aviones pasar, y mi sueño era, como el de muchos niños de mi edad, volar. Me fascinaba el simple hecho de poder caminar cerca de las nubes, casi tocándolas. Me alucinaba pensar que algún día podría estar ahí arriba, viendo cómo otras personas me miran y desearían estar donde yo estaba. Me enloquecía la posibilidad, siempre vista desde la mente de una niña de ocho años, de que algún día lo conseguiría.
Y aquella tarde, caminando sobre aquellos tejados, se hizo realidad; volar, con él, a su lado.